En el atardecer, donde el cielo se tiñe de pasión,
nuestra primera entrega se despliega sin condición.
Los besos de la amada, dulces como la miel,
encienden en mi pecho un fuego fiel.
El toque de su piel, suave y envolvente,
hace que mi mundo gire solamente
en torno a ella, mi estrella brillante,
y en su luz, todo lo demás es distante.
El fuego que en nosotros arde sin cesar,
intensifica la llama, el deseo de amar.
Cada caricia, cada mirada, cada respirar,
fortalece este lazo que nadie puede quebrantar.
El tiempo se detiene, el mundo se desvanece,
solo existimos nosotros, y ese amor que crece.
En ese instante, deseo con fervor
que el tiempo se congele en nuestro amor.
Un momento eterno, bajo el cielo crepuscular,
donde yo y ella somos todo lo que quiero contemplar.
En el abrazo del atardecer, con su mágico fulgor,
sellamos nuestro destino, en un pacto de amor.