En el silencio de mi cuarto, me hallo solo,
Donde los pensamientos oscuros hacen su nido.
La soledad, cual manto frío, me envuelve a pleno,
Y el desánimo teje su tela, en mi ser abatido.
Las horas, pesadas, se arrastran con desgano,
El tic-tac del reloj, un eco en mi mente vacía.
El tiempo, inmóvil, parece un despiadado tirano,
Que en mi desolación y quietud, cruel se regodea.
Pereza, cual sombra, se cierne, inquebrantable,
Frente a lo que debo hacer, me siento impotente.
Una montaña de deberes, antes insuperable,
Ahora un monstruo, en mi mente, latente.
El eco de mis pasos en la habitación vacía,
Resuena como un recordatorio de mi aislamiento.
Cada intento de moverme, una lucha, una agonía,
Contra el peso invisible de mi propio sentimiento.
Pero en la oscuridad, una chispa, persistente,
Me recuerda que aun en la penumbra, hay luz.
Que aunque solo y abatido, no estoy ausente,
Y en mí, aún reside la fuerza, un impulso tenaz.
Así, en el laberinto de mi desánimo y pereza,
Busco un sendero, un destello de esperanza.
Porque en cada amanecer, hay una promesa,
De un nuevo día, una nueva danza.